Comenzamos a correr todos juntos. Terminamos separados. Nos sumamos al griterío general.
No había lugar en pie. Todo era destrucción. Nos juntamos con Dieter, un joven alemán, fotógrafo igual que yo. Mas viejo, con mas heridas en el alma. Yo con 18 años, recién nacía en este mundo incivilizado. Corrimos desesperadamente. Dieter me dijo, que no habláramos hasta llegar a un lugar seguro. No podíamos escuchar nada, ni tampoco gastar oxigeno.
Me detengo. Soy joven, pero el tabaco lo llevo conmigo desde la infancia. Suspiro. Trato de tranquilizarme. Intento correr, pero no puedo. Miro mis pies y veo dos manos que los sujetan. Sigo con la mirada hacia donde van. Un pelo largo lleno de sangre, no me deja saber quien es. Mis ojos se detienen. Después de la cintura, no hay mas cuerpo. Me quedo paralizado. No se que hacer.
Escucho disparos y bombas cada vez mas cerca. Parece que todas vienen hacia mi.
De repente escucho un ruido muy fuerte, algo que se cae.
Siento tierra que cae sobre mi cabeza. Algunos ladrillos. Hasta que me sobresalte. Un cartel de chapa cayo sobre el cuerpo que abrazaba mis pies.
Grito. No puedo parar de hacerlo. Pido ayuda, pero escucho mas cerca las explosiones.
Del polvo, veo venir una silueta. Espero lo peor. Soñaba con grandes coberturas, grandes fotos, ser un gran fotógrafo y corresponsal de guerra. Pero no pude. Esta guerra en África, no se entiende. Otra sombra se acerca, cierro los ojos, es el final.